jueves, 28 de octubre de 2010

Haz esto 2 - Lucas 10:25-37


Hay algo muy interesante en la parábola del buen samaritano que le cuenta Jesús al interprete de la ley. El Señor relata que "un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron...".
La versión Reina-Valera 1960 traduce "le despojaron", y no deja claro de qué "le despojaron". Mientras que la Nueva Versión Internacional lo traduce: "le quitaron la ropa". A.T. Robertson coincide en su "Comentario al texto griego del NT" diciendo que la palabra original en griego ("ekdúsantes") se refiere a que "lo despojaron de sus vestidos, además de su dinero" (Pag. 152).
Y luego sigue: "e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto" (Lucas 10:30).
Por lo que este hombre que había sido asaltado estaba desnudo e inconsciente junto al camino.
Seguramente ya has leído y escuchado varias veces esta parábola y sabes que por el mismo camino donde estaba este hombre tirado, pasan un sacerdote y un levita. Ellos no hacen absolutamente nada y siguen adelante. Luego un samaritano ve a este hombre golpeado y decide detenerse y asistirlo.
En la parte número 3 de “Relacionándome con el perdido” vimos que un judío enfrentaba todo un debate a la hora de considerar que alguien era su "prójimo". Existían muchas diferentes opiniones de a quien se le debía considerar un "prójimo". Por lo que cuando se encontraban con una persona inmediatamente analizaban con qué tipo de persona estaban tratando: gentil o judío. Si se trataba de un judío puro o un helenista, o peor aun un samaritano, etc.
Kenneth Bailey cuenta que "todo judío que viajara por los caminos de Palestina sabía que no podía estar seguro de que los que se cruzaran en su camino fueran judíos como él". Por lo que "el viajero puede identificar a los desconocidos de dos formas. Puede hablar al desconocido que encuentra en el camino y detectar de dónde es por su acento o, incluso antes de que abra la boca, puede saberlo por su porte y por su vestimenta" ("Las parábolas de Lucas". Pag. 93).
El problema en esta situación de la parábola es: ¿Cómo identificarlo?. Este hombre está inconsciente, por lo que obviamente no puede hablar para que se lo descubra por su acento, y fue despojado de su vestimenta que podía identificarlo de determinado pueblo o raza.
Esto lo transformaba en un simple ser humano necesitado. No había manera de identificarlo.

Un ser humano necesitado
En cuanto al sacerdote y al levita, esto por un lado les quitaba toda excusa. Ya que no podían saber si aun se trataba hasta de un maestro de la ley necesitado desesperadamente de su ayuda. Pero también les generaba la duda de a qué clase de persona podrían estar ayudando. ¿Algún gentil? ¿Un samaritano?
Y por el lado del samaritano esto representaba el reto de tal vez estar ayudando al peor enemigo de su pueblo: un judío. No había manera de saberlo.
Como escribió Kenneth Bailey: "Así era el hombre que los ladrones dejaron abandonado en el camino. ¿Quien se va a detener y le va a prestar su ayuda" ("Las parábolas de Lucas". Pag. 94).
No hay manera de saberlo
¿Y esto no es lo mismo que enfrentamos cada día? Alguien nos pide dinero por la calle. Pensamos: "¿Para qué va a usar el dinero? ¿Para alcohol? ¿Drogas? ¿O verdaderamente será para comida?". No hay manera de saberlo. Se trata de un "ser humano necesitado". No hay manera de que podamos identificarlo.
Lo mismo sucede cuando alguien en la iglesia nos pide consejos o ayuda. Esto significa, en algunos casos, mucho, mucho tiempo invertido. Pensamos: "¿Valdrá la pena que utilice todo este tiempo con esta persona para escucharlo, visitarlo, hablarle y demás? ¿Cambiará o habrá sido solo una perdida de tiempo?
No hay manera de saberlo. Se trata de un "ser humano necesitado". No hay manera de que podamos identificarlo.
¿Qué hacemos? ¿Seguimos de largo?
William MacDonald en su comentario del Nuevo Testamento escribió: "Nuestra obsesión con los bienes y posesiones materiales nos hace retroceder ante el pensamiento de dar lo que hemos adquirido. Sin embargo, si estuviésemos dispuestos a concentrarnos sólo con el alimento y vestido necesarios, aceptaríamos estas palabras más literalmente y mejor dispuestos".
Y hablando de que cuando una persona nos pide dinero no sabemos si su necesidad es legítima, escribió: "Por cuanto es imposible saber en todos los casos si una necesidad es legítima, es mejor (como ha dicho alguien) 'ayudar a una docena de mendigos fraudulentos que arriesgar pasar por alto a alguien verdaderamente necesitado'." (Pag. 537).

Uno de mis cristianos favoritos
Hace dos años el Señor me dio el privilegio de conocer al que se convertiría en unos de mis "cristianos favoritos", Walter. El se entregó al Señor en medio de un cáncer en su estómago. En exactamente un año desde su conversión hasta su muerte, presencié una de las transformaciones más radicales.
Estoy seguro que todos los que tuvimos el privilegio de acompañarlo en el último mes jamás nos olvidaremos de su ejemplo. Verlo vomitando y alabando al Señor al mismo tiempo era una imagen que trastornaba todo nuestro cristianismo.
Una de las tantas cosas particulares de Walter, era que unos 10 años atrás él era una especie de vagabundo maloliente perdido en drogas, alcohol y demás. Había sido abandonado por sus padres y se crió como pudo.
Los que lo conocían le habían puesto un sobrenombre despectivo por su mal olor. Hasta que una familia "samaritana" decidió darle un lugar donde vivir.
Se trataba de alguien, que si viéramos por la calle, en el mejor de los casos, nos daría lastima y pensaríamos que ya es un caso perdido. Sin embargo, el Señor tenía otros planes.
Lo trajo a España, permitió un cáncer fulminante, lo salvó, y de España a la presencia gloriosa de Dios. Pero antes nos sacudió a todos los que lo conocimos.
Muchas veces nos reímos: "Este Walter sí que lo hizo bien. En un año corrió más rápido que todos y mientras nosotros seguimos aquí, él ahora vive en el GOZO DE NUESTRO SEÑOR".
Se trataba de un hombre como el de la parábola de Jesús. Cualquiera pensaría: "¿Valdrá la pena intentar ayudarlo?" No había manera de saberlo. Se trataba de un "ser humano necesitado". No había manera de identificarlo.
Un indigente tirado por ahí. Un "caso perdido". Mientras que hoy vive junto al Rey de reyes y tiene el máximo título que alguien pueda tener: hijo de Dios.
Pero cuantos como él siguen por ahí tirados, "despojados, medio muertos"... Y Jesús sigue diciendo: "Haz esto" (Lucas 10:28)...
Alan Richardson escribió: "El pobre que sufre a quien yo ayudo me confiere un favor, no yo a él, porque me muestra a Cristo, hace que Cristo sea real para mí, me permite tocar, atender y servir a Cristo" ("Una introducción a la teología del NT". Pag. 137).
NO estoy hablando de una estrategia de evangelismo. NO. NO. Hablo de ser cristiano...

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